viernes, 30 de octubre de 2015

¿Quién se ríe de quién?

Dulces para la ofrenda (Museo de Culturas Populares, Coyoacán)

¿Quién se ríe de quién?

‒¿Por qué te empeñas en ignorarme? Mírame bien. Estoy a punto de cumplir un siglo. Contesta, Flaca, no finjas sordera, siento cada vez más cercana tu gélida presencia. ‒Micaela sostiene su acostumbrado y acalorado soliloquio nocturno, tras asegurarse de que nadie la oye, no vayan a tacharla de loca‒. Pensarás que a cien años de andar por estos lares me siento inmortal, que no deseo irme. Gracias, pero ya fue suficiente. Apiádate de mí. Te burlaste de mí cuando me arrebataste a Juanito, al llevártelo la noche en que nació. Te supliqué que me eligieras, pero no, cómo ibas a escuchar a una mocosa de 15 años. Te maldije, como lo he hecho cada vez que tu guadaña diezma a los míos.

‒Desde hace muchos años la parentela que me queda me visita sólo para mi cumpleaños y de paso ayudar a montar la ofrenda. Cada año creen que será la última. Pero mi Benjamín les ha advertido que al paso que vamos ellos colgarán primero los tenis. Me parece oírlos hablar hasta por los dedos mientras preparan platillos tradicionales y de moda, dispuestos a satisfacer gustos y gula, no tanto de los homenajeados, que gozarán con la vista y el olfato cada vianda, sino de los vivos, que lo harán con todos los sentidos.

‒Las ofrendas en tu honor han sido efímeras obras de arte ataviadas con cartas, fotos, libros, discos, juguetes y objetos personales que alimentan el espíritu aquí y allá.

Micaela camina a lo largo y ancho del dormitorio durante su recapitulación. Se detiene para poner un disco. Las llamas de las velas bailan, se asoma a la ventana y advierte que el papel picado de la ofrenda sigue el ritmo de la canción. ‒¿La reconoces? Es Azul, de Lara. Me la cantaba Juan. Sí, mi matrimonio fue arreglado pero de veras que lo amé, era tan fuerte. Siempre me pareció ridículo que la tifoidea lo hubiera vencido a sus 25 años.

‒Es una suerte de ironía haber nacido el 2 de noviembre. Entonces el país estaba inmerso en revueltas, traiciones, hambre, ignorancia, muerte, desapariciones, incertidumbre... «Eso no ha cambiado», dirás. Con todo, mis padres se ufanaban de la cosecha de ese año. Mamá, embriagada por la euforia de que por fin se le había logrado un hijo, bueno, hija, te propuso un pacto, «Parca Buena», te llamó. Prometió que levantaríamos cada año de mi vida una gran ofrenda, siempre y cuando no me tocaras. «¡Ay, madre, qué andas prometiendo!», le reclamaba. He honrado su palabra, pero para la de este año no he movido un dedo, por más que siempre me ha fascinado arropar con las hojas de maíz tamales de diversas salsas y rellenos: rojos, verdes, de mole, chipilín, de dulce. Adoro el aroma del piloncillo hirviendo en cazos de cobre, cuya miel lo mismo sirve para disminuir el picor de los jalapeños rellenos de queso, picadillo y minilla, que para la calabaza en tacha y los buñuelos. Me encanta participar en el alegre comadreo de la gente de la cooperativa cuando prepara guisos de nopales y quelites, arroz, romeritos, pollo en pipián y tortillas, mientras bebemos un traguito de tequila, del que robamos a los difuntos.

‒Pétalos de flores son esparcidos sobre las mesas y el camino que los difuntos recorrerán. Cómo le gustaba a Antonio regalarme flores; era tan detallista como idealista. No percibió el peligro de que la ciudad se devorara estas tierras, que defendió con su vida.

Nunca faltan las calaveras de azúcar, amaranto y chocolate. Los artesanos te representan festiva. La gente cree que comemos calaveritas porque nos reímos de la Muerte pero eso es absurdo ¿cuándo has visto reír a quien le arrebatas a un ser amado?

‒Dicen que las coronas de chile y sal alejan a los malos espíritus; debería haberlas tenido cuando Manuel aceptó a su mejor amigo en la cooperativa. Yo sabía que no era de confiar. No me escuchó. «Solo los amigos traicionan, mi vida, perdóname», alcanzó a decir poco antes de morir. Por suerte los demás cooperativistas no dejaron que el pillo se saliera con la suya y aquí seguimos, cuidando la milpa, aprendiendo y enseñando a los jóvenes.

‒Pero basta de parloteo. Esta noche debo confesarte algo, amiga Catrina ‒se detiene y susurra angustiada‒: me preocupa el rencuentro con quienes se me adelantaron. Muchos murieron sin conocer qué había más allá de estas tierras, sin imaginar inventos maravillosos; sin el alivio de los antibióticos; sin gozar de la palabra escrita. Y hubo quien se fue sin disfrutar el amor, ni siquiera el maternal. ¿Quién reconocerá a esta vieja seca como pasa, más o menos lúcida y con memoria de elefante? ¿Qué voy a hacer cuando llegue a la región de la «vida» eterna? Dicen que nos reímos de ti, pero realmente quien se burla eres tú. Carcajéate ahora que sepas a qué le temo aún más: al rencuentro con mis tres difuntos maridos, padres de mis hijos. ¿Qué voy a hacer cuando esté frente a esos santos varones, a quienes juré amor eterno? Me aterra pensar que al traspasar la última frontera te cobres el pacto. Me da miedo volver a perderlos y quedar sola, otra vez y para siempre.


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